El júbilo del Domingo de Pascua prolongado en los primeros ocho días a partir de la Resurrección de Nuestro Redentor.
El Domingo de Resurrección inician los cincuenta días del tiempo pascual que concluye en Pentecostés. La Octava de Pascua es la primera semana de la Cincuentena. Las lecturas evangélicas se centran en las apariciones del Resucitado.
El Domingo de Resurrección o Vigilia Pascual, cima del año litúrgico. Es el aniversario del triunfo de Cristo. Que muere crucificado y vence a la muerte dándonos la redención y liberación del pecado de la humanidad. Nos da la esperanza de la victoria del bien sobre el mal. El mensaje redentor de la Pascua es la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; que limpia y sana el interior, con la iluminación del Espíritu, Dice San Pablo: "Si habéis resucitado con Cristo vuestra vida, entonces os manifestaréis gloriosos con Él" (Col. 3 1-4).
Para resucitar con Cristo hemos de purificarnos durante la cuaresma y llevar una vida santa a partir de ese momento sin caer en algún pecado, mantenernos firmes en el amor de Dios:
Y Cumpliendo los Mandamientos tal como Él nos los dejó
Y Cumplir con todos los sacramentos.
Y Haciendo obras de misericordia.
Y Viviendo oración diaria.
Lecturas: Hch 2, 14. 22-33; Sl 15; Mt 28, 8-15
Por medio del Bautismo, el Señor hace crecer a su Iglesia, dándole siempre nuevos hijos. Este día le pedimos que nos conceda a los bautizados, vivir siempre de acuerdo con la fe que profesamos. Este día el Señor Resucitado se manifiesta a las mujeres, que al verlo se asieron de sus pies y le adoraron.
Lecturas: Hch 2, 36-41; Sl 32; Jn 20, 11-18
Nuestro salvador por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestiales a su pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo. Nos invita a meditar sobre la aparición del Señor a María Magdalena, a quién recompensa Jesús el amor fiel de la mujer penitente (Lc 7,37ss.), cuyo corazón, ante esa sola palabra del Señor, se inunda de gozo indescriptible y sale al encuentro de los apóstoles para anunciarles que el Señor ha resucitado.
Lecturas: Hch 3, 1-10; Sl 104; Lc 24, 13-35
La Liturgia de este nos invita a introducirnos en el encuentro del Señor Jesús Resucitado con los Discípulos de Emaús. Este pasaje es un apasionante programa de vida cristiana, en el que el mismo Señor victorioso sale al encuentro del hombre desesperanzado, y lo invita a vivir un horizonte pleno y hermoso. El Resucitado, les enseña las Escrituras y comparte el pan y el vino, trocando la tristeza que agobiaba sus corazones en alegría y gozo.
Lecturas: Hch 3, 11-26; Sl 8; Lc 24, 35-48
¡Señor Mío y Dios Mío! |
Dios, que ha reunido pueblos diversos en la confesión de su Nombre, concede a todos los que han renacido en la fuente bautismal, una misma fe en su espíritu y una misma caridad en su vida. Él nunca nos abandona. Después de su Resurrección, sigue acompañándonos y enseñándonos como debe ser nuestro esfuerzo cotidiano por ser santos. El Buen Pastor, nunca deja a sus ovejas, y lo confirma al salir al encuentro de sus queridos y temerosos amigos, mostrándoles las marcas de la dolorosa y gloriosa cruz, comiendo ante ellos y abriendo sus corazones para que comprendan lo que las Escrituras decían de su Muerte y Resurrección.
Lecturas: Hch 4, 1-12; Sl 117; Jn 21, 1-14
Por el Misterio pascual, Dios ha restaurado su alianza con los hombres. Pidámosle que nos conceda realizar en nuestras vidas todo lo que celebramos en la Fe. Este día el Señor nos invita a crecer en nuestra fe, y a echar las redes para pescar. En el pasaje de la pesca milagrosa, las palabras del Señor Jesús resuenan en las fibras más profundas del corazón de los Apóstoles, disipando toda preocupación y temor existente en sus corazones, y permaneciendo con ellos en un fraternal compartir.
Lecturas: Hch 4, 13-21; Sl 117; Mc 16, 9-15
Dios, que con la abundancia de su gracia no cesa de aumentar el número de sus hijos, mira con amor a los que ha elegido como miembros de su Iglesia, para que, renacidos por el bautismo, obtengamos también la resurrección gloriosa.
El Señor Jesús Resucitado una vez más aparece a sus apóstoles, corrigiendo su incredulidad, y exhortándolos a salir por todo el mundo y anunciar su Evangelio a todas las personas.
II Domingo
Lecturas: Hch 5, 12-16; Sl 117; Ap 1, 9-11.12-13.17-19; Jn 20, 19-31
La Resurrección del Señor nos trajo una vida nueva, por la que él vive en nosotros por su Espíritu. Cristo Resucitado, está con nosotros. Creer en Él, es abrirle nuestro corazón. Está presente en la Palabra de Dios, en el servicio fraternal, en el misterio y en la Eucaristía. Con fe, esperanza y caridad, vivamos la vida nueva que nos trae el Señor Jesús Resucitado.
Para reflexionar:
El Señor, siendo Dios, se revistió de naturaleza humana, sufrió por nosotros, fue atado, insultado, condenado y crucificado por nosotros, que éramos culpables. Resucitó de entre los muertos, victorioso y triunfado sobre el enemigo. Recibimos el perdón de los pecados por Cristo que es el perdón, la salvación, nuestra purificación, vida, resurrección y luz. ¿Qué merece nuestro Redentor? ¿Qué darías a aquel que te amó hasta el extremo dando su vida en muerte de cruz por tu salvación?
Cuando tengamos que ir ante la presencia del Señor, nuestro Salvador y Juez no llevaremos las cosas que tenemos en esta tierra; sino que, hemos de estar revestidos de Dios, de luz; lámparas encendidas y para eso hay que ser santo, llevar una vida santa cumpliendo con todo aquello que Él nos indicó. Revístete de su luz y brilla. Haz obras de misericordia, sufre con Cristo y por Cristo. Ofrece tus sufrimientos por el perdón de tus pecados y los del mundo entero.
No hay amor más grande que amar a Dios sufriendo. Ofrece tu sufrimiento al Señor por el perdón de tus pecados y los del mundo entero para la salvación de las almas.
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