Fundador de la Compañía de Jesús, 31 de julio
Durante la convalecencia forzosa por una herida de guerra, cayeron en manos de Ignacio, caballero de noble linaje, dos libros de sobre la vida de Cristo y las de los santos. Esto transformó radicalmente su vida. Estudió teología y se ordenó sacerdote, y con seis compañeros fundó en París la Compañía de Jesús. De las tres virtudes: pobreza, castidad y obediencia, esta última era, para él, la superior: Aquellos que sirvan a nuestra orden se distinguirán por la deposición de la voluntad y del juicio propios.
No sólo se trataba de cumplir los mandatos de los superiores, sino que cada miembro de la orden debía de hacer suya la voluntad del Señor, y además de la voluntad, debería sacrificar también el juicio, de modo que él piense lo mismo que el superior. Convirtió a muchos pecadores. Fue encarcelado dos veces por predicar, pero en ambas ocasiones recuperó su libertad. Él consideraba la prisión y el sufrimiento como pruebas que Dios le mandaba para purificarse y santificarse. Ignacio poseía una capacidad extraordinaria para llorar, sobre todo mientras oraba, cosa que siempre iba unida a una gran dulzura. A causa del abundantísimo correr de sus lágrimas ya no podía rezar el breviario; las lágrimas llegaron a ser incluso tan copiosas, que se recogieron en una vasija. En recuerdo de este don existe hasta hoy la costumbre de bendecir agua en altares dedicados a su veneración. El agua de San Ignacio hace surtir efectos milagrosos. En Brujas, Bélgica, en 1839 cesó el cólera después de haberse aplicado el agua, y también existen muchos informes sobre sus efectos curativos en partos difíciles, San Ignacio de Loyola tiene gran imperio contra los demonios poner en las puertas de los aposentos, por la parte de adentro, la cédula a San Ignacio. El mismo demonio dijo una vez: No puedo entrar, sólo que quites la cédula puesta en tu puerta. En Roma y en Padua, echado de los cuerpos por virtud de San Ignacio, exclamó el demonio dando bramidos: No me menciones a San Ignacio, que es el mayor enemigo que tengo en el mundo.
La vida de San Ignacio nos enseña a ser fuertes ante los problemas de la vida, saber desprendernos de las riquezas, amar a Dios sobre todas las cosas, saber transmitir a los demás el entusiasmo por seguir a Cristo, vivir la virtud de la caridad ya que él siempre se preocupaba por los demás, perseverar en nuestro amor a Dios y ser siempre fieles y obedientes al Papa, representante de Cristo en la Tierra.
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